Las parideras de Valdeavellano
Las parideras surgieron por la necesidad de proteger al ganado de ovejas y cabras de los ataques de animales salvajes y de las inclemencias del tiempo. Su origen se achaca a que en ellas se encerraba, para parir, a las hembras preñadas, ya que el olor de la placenta atraía a lobos y zorros. Posteriormente, su uso se extendió a la guarda del ganado en sus cercados durante el invierno y para encerrarlo cuando el pastor no podía estar pendiente, protegiendo el crecimiento del cereal, en los campos vecinos, desde sus primeros brotes hasta la siega. La paridera también servía para acumular durante el invierno el estiercol del ganado que posteriormente era empleado como fertilizante por los agricultores.
Se construían con materiales de la zona (piedras, ramas, tejas y maderos) y con técnicas tradicionales, transmitidas oralmente, que se remontan a la época romana. Su tamaño se ve condicionado por el número de reses que se guardaban en ellas. La mayoría constaba de un corral con un tinado o cobertizo, así como de un espacio cerrado, denominado pajera, destinado a almacenar paja y grano. Las paredes están formadas por piedras sin labrar excepto en esquinas, puertas y ventanas donde se tallaban ligeramente ya que estas zonas soportan mayores fuerzas de empuje.
En la pared opuesta a la puerta de entrada del cercado se construyen las parideras, en sus paredes se abren pequeños huecos del tamaño de las piedras que permanecen colocadas, cerrándolos, durante el invierno, para concentrar el calor de los animales en el interior, retirándolas durante la primavera y el verano para secar el estiércol acumulado en el suelo.
Cercanas a la parideras de Valdeavellano hay muchas otras, algunas más modernas pero que también parecen abandonadas. La declaración del Parque Natural del Moncayo ha limitado y condicionado a los pocos pastores que quedan, ya que dentro de sus límites no pueden pastar libremente: se exponen a multas si las reses comen plantas protegidas y nos aseguran que llevar al ganado a los pastos que la dirección del parque facilita, a la hora por ejemplo de limpiar un cortafuegos, supone trasladar a las reses demasiados lejos para el alimento obtenido, regresando a los corrales a veces con un peso inferior al que salieron. La ausencia del ganado también hace que especies vegetales anteriormente controladas por éste se apoderen del terreno, creciendo demasiado para que resulten comestibles a las reses cuando se les permite pastar en el lugar. Sería una lastima que hombre y naturaleza no encontraran el equilibrio necesario para mantener una convivencia satisfactoria y enriquecedora para ambos. El hombre condiciona a la montaña y la montaña al hombre, así ha sido siempre y es complicado cambiarlo sin que el equilibrio se rompa, quizás habría que aprender un poco más de la sabiduría popular y de la tradición antes de que desaparezca.
Bibliografía:
- Wikipedia
- "Moncayo y Aragón. Realidad Mágica". Vicente M. Chueca Yus
- Fuentes orales: Jesús María Sahun.
Cada vez que se hunde una paridera, una parte de nuestra historia se cae con ella. Hace no mucho estuve de excursión por el barranco de la Hoz Seca en Jaraba y allí han restaurado varias parideras y han puesto paneles interpretativos junto a ellas. Me gustó mucho la iniciativa. En Purujosa ocurre lo mismo: Hay una nave industrial de nueva construcción junto a las viejas parideras del Prado en ruinas. Sinsentidos del progreso. ¡Abrazos!
ResponderEliminarHola Ramiro, pues sí, estaría muy bien recuperarlas, no he querido enrollarme mucho en la entrada para no cansar con explicaciones pero encontré un artículo muy bueno sobre ellas en las que se explicaban otras muchas curiosidades que sería bonito dar a conocer.
ResponderEliminarUn besote!!