La montaña escondida.

Viajamos hacia Villa Encanto a recibir a nuevos invitados y algo extraño sucede, mirando al horizonte descubrimos que nuestra montaña... ¡ha desaparecido! Podemos ver los perfiles de los pueblos a lo lejos y la cepas en formación a los lados del camino pero ni rastro de la sierra.

Llegamos ansiosos a Borja, allí el Moncayo se abalanza siempre gigantesco sobre la ciudad. En ocasiones, a la salida de este noble lugar, la montaña azul parece poder tocarse y da vértigo mirarla, un efecto óptico la hace extrañamente enorme. ¡Nada de nada! ¿dónde se ha metido?

Nos distraen los jóvenes verdes arrebullados en las ramas aún negras, la primavera remolonea. El frío de este largo invierno ha helado muchos brotes florales y el manto rosa de otros años no ha sido tan tupido. Los árboles se han esmerado más con su otro traje de gala para recibir como es debido a la nueva estación, enfundando sus ramas con un esponjoso y elegante guante verde que parece borbotear.

Empieza a ser preocupante que no asomen a saludarnos sus cimas nevadas... pero al fin aparece bajo una enorme capa que mágicamente la envuelve, haciéndola invisible. Cosas de nuestra amiga, bueno al menos no humea lanzándonos sus vientos. Tímida o bromista ya la hemos encontrado.

Al final de la tarde asoma de nuevo, cubriéndonos las espaldas cuando regresamos a Zaragoza. Dejamos en Villa Encanto a nuestros nuevos amigos y nos vamos con un poquito de pena pero también alegres por poder compartir nuestra montaña con gente que creemos sabrá apreciarla, eso sí, si se deja la guasona.

Cartas desde mi villa ;o)

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