Este fin de semana la lluvia invitaba a hundirse en el sofá con un par de libros y visitar el
Moncayo a través de ellos. Tenía dos libros sobre la mesa, una novela histórica sobre el poblado celtibero de
Oruña (junto a Vera de
Moncayo) y la historia del pueblo que al fondo del valle diviso desde Villa Encanto,
Añón de
Moncayo. Me cuesta digerir un libro la primera vez que lo leo, mi ansiedad de saber hace que los engulla demasiado rápido y hasta que no los leo una segunda vez no los saboreo en condiciones. Esta vez no fue diferente,
ultimamente he paseado tantas veces por eso parajes que la curiosidad me podía y sin casi darme cuenta acabé los dos libros de un tirón. Una cálida luz iluminando mi rincón de lectura con el murmullo del televisor al fondo me transportó al pasado con el primer libro elegido.

"
Oruña", de José
Angel Monteagudo, es una pequeña novela donde el ahora y el pasado se entrecruzan. En el presente es inevitable preguntarse si las vistas de la montaña mágica que se ven desde el cerro donde se encuentran los restos de este poblado, hechizaron como a muchos de nosotros a sus antiguos pobladores. Estoy convencida que sintieron el poder y la fuerza de la montaña y eso les hizo sentirse protegidos. Aunque ahora la mayoría de los visitantes del yacimiento son turistas que van a disfrutar del medio, antaño vivían de él obteniendo caza, frutos, hierbas curativas, madera para construir y alimentar el fuego, metales que tañían en aguas briosas y tierra roja para sus vasijas. Un paraíso como éste sería codiciado por otros pueblos que acabarían con los fundadores de
Oruña.

El segundo libro fue toda una sorpresa, "
Añón de
Moncayo, su historia y su entorno". Su autor se llama Pedro Antonio Serrano Luna y es propietario de una de las viviendas que hay en el castillo de este pueblo. Curiosamente comparto con Pedro Antonio la fecha de nacimiento, ¡qué casualidad! Al leer el prólogo del libro y las
motivaciones del autor para escribirlo no pude evitar una gran sonrisa, ¡me sentí tan
identificada con sus palabras! Al igual que él, pasé mucho tiempo en un pequeño pueblo muy humilde pero lleno de historia. Cuando paseaba por sus alrededores y lo contemplaba desde un cerro cercano me preguntaba quienes vivieron allí, quién habitó antes mi casa y cuantas pasiones surgieron en un sitio tan reducido. También me preguntaba cómo nació y porqué ahora parecía morir.
Hay escritores que se regodean en sus creaciones, tienen el poder de la palabra y se sienten
semidioses pero les falta la humanidad necesaria para llegar a los mortales. Suenan bonito y parece inteligente lo que narran pero no transmiten (¿dónde he oído yo esto antes?), creo que sólo otros
semidioses pueden entenderles. Por el contrario, la llaneza de los autores de estos dos libros y sus
motivaciones a la hora de escribirlos nos trasladan fácilmente a otras épocas en lugares que tan bien conocen.
La noche de nuevo volvió a atraparme en sus redes de silencio, el crepitar del fuego ya se extinguía, así que me
recogí y deposité los libros en la librería del salón. Allí esperarán a una nueva lectura, ya sosegada, y a futuros visitantes de
Villa Encanto que, curiosos como yo, vuelvan a abrirlos y viajen en el tiempo a los bellos lugares que rodean la casa y que se describen en ellos.