Bécquer y la Luna.


Me siento a los pies de la estatua y juntas contemplamos la luna. Pronto llegan las estrellas y recuerdo aquella vocecita de niño comparándolas con puntas de puñales colgando sobre nuestras cabezas, tan pequeño y ya poeta.

Es noche de ánimas pero el cementerio, allá abajo, calla. Acurrucada me mimetizo en la sombra del poeta. Luces extrañas iluminan el castillo, quizás su último caballero recorra de nuevo sus salas. Espíritus de soldados templarios corren en la ladera, mientras en  Trasmoz los esqueletos asustan, bailan  y divierten a hordas de turistas que acuden a la llamada de la magia.

Un rayo de luna me tienta a perseguirlo pero me freno y espero a la corza que asoma entre la alameda. Unos ojos verdes nos observan desde la montaña, pequeños seres malhumorados nos rodean y de un barranco cercano parece llegar volando una sombra en escoba. El viento trae el sonido de un órgano, me abrazo a la estatua del poeta y miro a la luna... silencio. Bajo la vista, ya estamos solos, los dos... frente a nuestra montaña.

Leyenda: F. Relación de sucesos que tienen más de  tradicionales o maravillosos que de históricos y verdaderos.
Diccionario de la  Real Academia.


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