Va de botijos: los alfares de Magallón (2ª parte).



 >> Va de botijos: el rallo y el castillo (1ª parte)

Continuamos nuestra visita con Teresa, de Ceramicas Salvador, por el pasado alfarero de Magallón. Nos cuenta lo dura que era la vida del alfarero y como su padre picaba y portaba la arcilla de la cantera para hacer el barro en balsas y moldearlo después de un largo proceso de preparación del material que te contaré en un tercer y último post.

Después del trabajo en el torno, se oreaban los botijos al aire libre antes de cocerlos.  Lamentablemente ella no conserva el horno de su familia pero nos lleva a conocer las ruinas de un poblado alfarero cercano al pueblo donde quedan los restos de siete alfares. En este lugar, llamado "la rallería", se fabricaban cientos y cientos de botijos conocidos como "el rallo" y del que te hablé en la entrada anterior.




Conocidos como hornos árabes, pero usados ya por celtiberos y romanos, los alfares suelen ser de planta cuadrada, construido en piedra exteriormente y adobe en su interior. Como combustible se utilizaba leña.





Los hornos tenían dos cámaras, una inferior para la leña y otra superior abovedada con una puerta que permitía el paso de un hombre para colocar las piezas con extremo cuidado pues de ello dependía que se rompieran las menos posible, siendo una fiesta comprobar que esto no había ocurrido. La cámara superior donde se cocían las piezas se llenaba al máximo y se cerraba con ladrillos de adobe y barro. Teresa nos contaba que su padre tenía que subir al techo del alfar para recoger por los respiraderos unos pequeños chivatos de barro que le servían para saber si las piezas estaban acabadas, era visto y no visto como subía y bajaba soportando altas temperaturas. La cocción, de diez a doce horas, alcanzaba los mil grados centígrados.


 
 


Cada alfar contaba a su vez con otras dependencias  donde se elaboraban y protegían las piezas crudas por cocer y la producción ya terminada. Aún quedan dentro de ellas alguno de los bancos donde se colocaban las tablillas con los botijos y cántaros tras el torneado.

 
 

Es lamentable como se encuentran estos alfares, habiendo desaparecido los tejados todo se derrumba y vuelve a ser barro. Teresa y yo, aún tenemos la suerte y la capacidad de imaginarlos como si el tiempo no hubiera pasado y todo siguiera en pie. Cae la tarde y la imagen del Moncayo nevado luce bella en un horizonte que comentamos aquellos alfareros también admirarían.

Antes de que el día acabe, nos acercamos a la cantera muy cerca de allí pero ya en término de Alberite de San Juan. Pero eso te lo cuento otro día...
 





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Comentarios

  1. Gracias por el artículo y recuperar la memoria de aquellos alfareros.
    Impresionantes los hornos!

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