El Belén de Añón: una joya navideña a tamaño natural en pleno Moncayo
Descubriendo el Belén de Añón de Moncayo: tradición, arte y un castillo medieval como escenario.
Hay lugares que te sorprenden sin avisar, casi como si te estuvieran esperando.
Una tarde lluviosa de invierno, casi por casualidad, decidimos acercarnos a ver el belén de Añón de Moncayo. No sabía muy bien qué esperar. Pensaba que sería un belén sencillo, como los que se montan con cariño en muchos pueblos. Pero al llegar a la Plaza de la Iglesia me quedé sorprendida: era mucho más grande, más elaborado y más original de lo que imaginaba.
Las escenas estaban llenas de detalles, con figuras hechas a mano a tamaño natural y construcciones que dejaban claro que allí había muchas horas de trabajo. No era un montaje improvisado; era un belén cuidado, pensado y hecho con una dedicación que se nota en cada rincón.
El Belén comienza junto a la entrada del castillo, donde los pastores cuidan el ganado y un ángel anunciador se alza sobre ellos, marcando el inicio del recorrido. No es un detalle menor: el castillo de Añón de Moncayo, construido entre los siglos XII y XIV y vinculado durante siglos a la Orden de San Juan de Jerusalén, es uno de los símbolos históricos del municipio. Su presencia en el belén no solo enmarca la escena, sino que recuerda la identidad del pueblo y su pasado medieval.
Justo al entrar, entre las dos puertas de acceso que antiguamente protegían el castillo, está el nacimiento con José, la Virgen y el Niño. Es una ubicación muy acertada, porque aprovecha ese paso estrecho y resguardado para crear una escena recogida, casi íntima, que contrasta con el resto del belén. Las figuras, también a tamaño natural, están colocadas de forma sencilla pero muy expresiva, y la propia arquitectura del castillo hace de marco natural.
Una vez en el patio de armas, el belén se despliega con escenas cotidianas: lavanderas, un pequeño mercado, animales y personajes que parecen detenidos en mitad de su día a día. Todas las figuras están colocadas de forma muy natural, como si cada una estuviera en mitad de su tarea diaria. El conjunto transmite la sensación de un pueblo vivo, con actividad y movimiento, y ayuda a que el belén tenga una coherencia que sorprende por lo bien integrada que está cada escena.
Me fui muy sorprendida y maravillada. No entendía cómo un belén así no era más conocido, ni cómo yo misma, viviendo tan cerca, no había oído hablar de él. Esa curiosidad me llevó a contactar con Inma, la impulsora del proyecto.
Inma me contó que todo comenzó un ocioso día de verano, hace ya cinco años. Para entonces ella ya había realizado el belén de la iglesia de Añón, un belén que tiene una peculiaridad muy especial: es permanente. Puede verse en cualquier momento del año, siempre que la iglesia esté abierta. Sus figuras, pequeñas y llenas de detalles, fueron el punto de partida y la inspiración para el belén grande de la Placeta.
A partir de esas figuras en miniatura, Inma empezó a imaginar cómo sería llevar esa misma idea a tamaño natural. Y con la ayuda de varias vecinas, decidió dar el paso y crear un belén mucho más grande, visible desde la calle y pensado para que más gente conociera el pueblo. La intención era sencilla pero muy bonita: aprovechar la Navidad para mostrar Añón, su historia y su encanto a quienes se acercaran a visitarlo.
Inma me explicó que todas las figuras están hechas con materiales muy sencillos: papel y cartón reciclado, además de polyspan para dar volumen y consistencia. Con esos materiales básicos construye las estructuras, modela las formas y crea las figuras a tamaño natural. Es un trabajo completamente artesanal, donde casi todo se aprovecha y se transforma. Esa forma de trabajar, tan práctica y creativa, es una de las razones por las que el belén tiene un estilo tan personal y reconocible.
El belén se amplía cada año. Este año, por ejemplo, han incorporado dos figuras nuevas, y la idea es seguir creciendo mientras haya manos y ganas para hacerlo. Pero ese crecimiento también ha puesto sobre la mesa dos problemas importantes.
El primero es la falta de espacio para almacenar las figuras. Ahora mismo se guardan en el coro de la iglesia, pero ya no cabe todo. Algunas piezas tienen que desmontarse o incluso romperse para poder entrar por la puerta, y eso supone un deterioro inevitable en un trabajo que lleva tantas horas detrás.
El segundo problema es la falta de patrocinadores. Aunque la mano de obra es totalmente voluntaria, los materiales y, sobre todo, el producto de impermeabilización tienen un coste aproximado de 200 euros por figura. Para ayudar a cubrir parte de esos gastos, en el belén han colocado una hucha para donativos, donde cualquiera puede aportar de forma voluntaria. Aun así, el esfuerzo económico sigue recayendo casi por completo en las vecinas que lo hacen posible.
Aunque al principio sí recibieron la ayuda puntual de algún establecimiento del pueblo, sorprendentemente no municipal, ahora mismo todo el peso del belén recae únicamente en ellas. Y viendo el trabajo que hay detrás, el coste de los materiales y la falta de espacio para guardarlo, sería positivo que en algún momento pudiera contar con un pequeño apoyo municipal —les urge un local o almacén más grande— o con el patrocinio de alguna empresa local o comarcal. No se trata de grandes cantidades ni de cambiar la esencia del proyecto, sino de ayudar a que esta iniciativa, que ya forma parte de la identidad de Añón y atrae a quienes visitan el pueblo, pueda mantenerse y crecer sin que suponga un esfuerzo tan grande para tan pocas personas.
El belén estará expuesto hasta el 13 de enero y forma parte de la Ruta de Belenes de la comarca de Tarazona y el Moncayo, un recorrido que cada año atrae a visitantes de toda la zona. Si pasas por Añón estos días, merece la pena acercarse a la Placeta y verlo en persona. Es un trabajo hecho con dedicación, creatividad y mucho cariño, y descubrirlo de cerca ayuda a valorar aún más el esfuerzo de quienes lo hacen posible.




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